viernes, 26 de agosto de 2022

Cantos de Maldoror (Monólogo)


 

O.- Cantos de Maldoror

 

“Bruscamente le enseñé, descubriendo a plena luz la entraña de su corazón y sus tramas; y que, por el contrario, él sólo está compuesto de mal, y una mínima cantidad de bien.”

De Isidore Ducasse “Conde de Launtréamont”

 

Ideas para un Panfleto del Monólogo:

 

Micromic Con Saña

This is the Nigth, supose that it be a tale, supose all the reasons, WHY?

 

Not, No supongueichons please, because alls about the true Story.

All the questions about not only Pizza Gate, thath you wish ask.

 

“Experimentó un vacío en llamas, una inerte y sombría plenitud que llenaba su miserable vida, plantada sobre la roca dura de su soberbia apóstata, que escupía con violencia, sin remordimiento, y desfachatez, pensamientos, razones, artificios y emociones de toda índole; que tenía como propósito, no el simple gozo del creador literario, dueño de un lenguaje, ritmo, musicalidad y cadencia, propios de un superdotado; pues la verdad, no es de quien la escupe, sino de quien la trabaja, adorna y sostiene. Y en literatura no hay, ni habrá nunca, derecho de réplica. De manera que aún desde nuestra disonancia argumentativa, todo está magistralmente planeado para hacer imposible, sorprender en falta a Maldoror, o mejor dicho a su Creador Isidore Ducasse.

Así que cualquier intento de condena, apostasía, pecado, locura, posesión, psicopatía, enfermedad, síndrome, disfuncionalidad cognitiva  ó  arte sofista, es maniatado por la moneda que el poseso ha introducido en nuestra mente y boca, en pago al mensajero de la muerte, que nos introduce a las tinieblas. Es pues una suerte no de un cristóforo, que carga en vilo nuestras almas, sino de un demiurgo temible, que ha atrapado nuestra ingenua conciencia, y lejos de reconfortarnos ó llenarnos de pedagogías morales como Dante, nos conduce sin remedio al corazón de los infiernos con festiva saña; pues todo tiene el sello de lo demoniáco, y su perorata sigue a pié juntillas lo que San Juan se adelantó a advertirnos en el Apocalipsis, pues antes que el demiurgo que Maldoror se cree, él es sólo un poseso, que se ceba en nuestra carne y alma, para saldar la deuda, y sentar a Dios mismo en el banquillo de los acusados, llenándolo de escarnios, desde hoy, y para siempre; y ésa es seguramente la razón, mejor dicho la sinrazón de sus febriles cantos, que Maldoror recita al igual que su homónimo lo hacía desde las páginas de la biblia.

 

A la vez, en mi desazón, algo me hace contener mis descalificaciones y juicios sumarios, ya que Ducasse – Maldoror, dotado de una identidad sarcástica, que siempre se muestra desde una posición superiormente activa, nos hace caer en el vértigo que todo lo manipula en su beneficio, ¡y es que todos somos distintos carajo!.

 

Además, que todo lo que su tratado expone es sólo un derroche sin parangón, de su febril y obtusa imaginación juvenil. Y es que aquí no encontrarás como en Sade, doncellas que son reiteradamente abusadas, sólo por estar en edad de merecer. No, acá la maldad se ceba en inocentes creaturas, que gimen, gritan, lloran a pulmón abierto, retorciéndose de dolor.

 

El autor de éstos y otros Cantos o cuentos cortos, tenía sólo 23 años cuando residía en París y se publicó su obra única y póstuma; y son inciertos los escasos los datos de su biografía, gustos e influencias.

 

Desarmadas quedan así todas las opiniones y condenas, pues antes que un psicópata o asesino serial, a sus 23 años nada hay que sostenga la teoría de que es un ser inmundo lleno de malicia o maldad; de Dios está juzgado, y que en su misericordia haya tenido piedad de su atormentada singularidad, pues nunca llegaremos a comprender los mundos y situaciones que una imaginación febril y desatada, puede crear.

 

Requiescat in Pacem, Isidore Ducasse.

 

Pero su texto, no podrá en forma alguna justificar nunca los abusos y excesos de nuestras élites, que durante décadas y siglos han abusado de nuestros infantes; y sus textos seleccionados, son apenas un esbozo de las posibles *artes* de los “supuestos implicados”, que milagrosamente se libran de la justicia humana suicidándose, para encubrir a sus pares, y los gobiernos que los protegen. Todo acallado por los remordimientos, rubores, urgencias y deberes de las autoridades, que se empeñan en cooptar y cerrar los expedientes, desoyendo el clamor de justicia de las víctimas y sus familiares.

 

No es suficiente que Ghislaine Maxwell esté bajo custodia, tiene que declarar lo que sabe que hizo y hacían, con los recursos que aportaba el servicio secreto del Estado Terrorista y Genocida autodenominado Israhell, que seguramente guarda evidencias de toda índole de los implicados, gozosos, en éxtasis,  recibiendo favores sexuales y satisfaciendo sus aberraciones más innombrables.

 

Es cuanto, con escasas novedades en el frente, mejor dicho en la punta del Iceberg, que por más que siguen apareciendo evidencias y testimonios; Autoridades, Nobles, Artistas, y gentes de toda ralea, siguen impunes y a resguardo; mientras las pilas de cadáveres de posibles acusadores se acumulan, y el diagnóstico de su muerte es siempre: #Suicidio.

 

#WereSuviving

 

Compilación dramática : Ignacio Pérez Cervantes

 

León, Gto. En Pandemia,  Septiembre del 2020

 

 

PRÓLOGO

Hay los que escriben para conseguir los aplausos.  Yo, por mi parte, me sirvo del genio para pintar las delicias de la crueldad, delicias ni efímeras ni artificiales; por el con­trario, comenzaron con el hombre y terminarán con él.

El que canta no pretende que sus canciones permanezcan desconocidas; por el contrario, se envanece de que los pensamientos altivos y malvados de sus héroes imaginarios, estén en todos los hombres.

He-visto, durante toda mi vida, a los hombres de es­trechos hombros, sin exceptuar uno solo, cometer actos estúpidos y numerosos, embrutecer a sus semejantes y pervertir las aImas  por todos los medios.

Les he visto, todos a una, dirigiendo unas veces al cielo el más robusto puño, como el de un niño perverso contra su madre; excitados probablemente por algún espíritu infernal, como poseídos, con los ojos llenos de un remordimiento urgente y rencoroso al mismo tiempo, están en un silencio glacial, sin osar emitir las vastas e ingratas meditaciones que su seno alberga, que tan llenas de injusticia y horror esta­ban;  y vi entristecer así de compasión, al Dios de la misericor­dia.

Los he visto desde el comienzo de la infancia hasta el fin de la vejez, esparciendo increíbles anatemas, sin sentido común alguno, contra todo cuanto respira, contra sí mismo y contra la Providencia, los he visto prosti­tuir a las mujeres, a las niñas y los niños, y deshonrar, asi, las partes del cuerpo consagradas al pudor.

Dios, que todo lo creaste con magnificencia, a ti te invoco: ¡muéstrame a un hombre que sea bueno!. . Pero que tu gracia multiplique mis fuerzas naturales, ! pues ante el espectáculo de semejante monstruo, sólo puedo morir de asom­bro ¡, que por menos se ha muerto..

Oculté mi carácter lo mejor que pude, du­rante muchas años; pero, por fin, a causa de esta concen­tración malsana que no me era natural, cada día la sangre se me su­bía a la cabeza; hasta que, sin poder ya  soportar semejante vida, me arrojé resueltamente a la carrera del mal...

¡ingrata atmósfera! I Quién lo hubiera dicho!,

… y cuando besaba a un niño pequeño, de rostro rosado, para demostrar mi supuesto afecto, bien hubiese querido reba­narle las mejillas con una navaja, y lo habría hecho con frecuencia, si la Justicia, con su largo cortejo de castigos, no me lo hubiera impedido cada vez.

¿ Conocen al Sade.?,    …. me la pela, jajaja.

 

-         Risotada  !!!

 

 

 

 

 

 

 

Canto PRIMERO

-ritmo pausado, rielado de preguntas y silencios , vidrios rotos, agua cayendo-

No soy dios

Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días..

iOh!, qué dulce resulta entonces arrancar brutalmente del lecho a un niño, que nada tenga todavía de vellos sobre el labio su­perior y, con los ojos muy abiertos, simular que se pasa suavemente la mano por su frente, echando hacia atrás sus hermosos cabellos.

Luego, de pronto, cuando menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho,  cui­dando de que no muera; pues si muriese, no se tendría más tarde el espectáculo de sus miserias.

A continuación, se bebe la sangre lamiendo sus heridas; y durante ese tiempo, que debiera ser largo como larga es la eternidad, el niño llora.

Nada es mejor que su sangre extraída como acabo de explicar, caliente todavía; salvo sus lágrimas, amargas como la sal. 

Hombre, ¿no has probado nunca el sabor de tu sangre cuando, por azar, te has cortado un dedo? ¿Qué buena es,  verdad?; pues no tiene gusto algu­no. Además, no recuerdas haberte llevado un día, entre lúgubres reflexiones, la mano, como profunda copa, a tu enfermizo rostro mojado por lo que de tus ojos caía; mano que luego se dirigió fatalmente a tu boca, para be­ber a largos tragos, en esta copa, temblorosa como los dientes del alumno que mira de soslayo a quien nació para oprimirle las Iágrimas. ¿Qué buenas son, verdad?; pues tienen el sabor del vinagre.

Diríase que las lágrimas de la que más ama, son buenas; pero las lágrimas del niño tienen mejor paladar.

Él no traiciona, al no conocer todavía el mal: y  la que más ama acaba traicionando tarde o temprano...

Lo adivino por analogía, aunque ignoro lo que sea amistad  o amor, y es probable que nunca los acepte; al menos vinien­do de la raza humana.

Así, puesto que tu sangre y tus la­grimas no te disgustan, aliméntate, aliméntate confiada­mente con las lágrimas y la sangre del adolescente. Vén­dale los ojos mientras desgarras sus palpitantes carnes; y, tras haber escuchado durante largas horas sus sublimes gritos, parecidos a los hirientes estertores que lanzan en una batalla los gaznates de los heridos agonizantes; en­tonces, tras haberte apartado como un alud, saldrás corriendo de la vecina alcoba y fingirás acudir en su ayuda. Le desataras las manos de hinchados nervios y venas, de­volverás la vista a sus extraviados ojos, lamiendo de nuevo sus lágrimas y su sangre.

 i Qué auténtico es entonces  el arrepentimiento !.

La chispa divina que brilla en nosotros, y que tan raras veces se muestra, aparece;

 … - pero de­masiado tarde -  

Y cómo se conmueve el corazón, al poder consolar al inocente, a quien se le ha hecho daño;

«Adoles­cente que acabas de sufrir crueles dolores, quién ha po­dido cometer en ti un crimen que no sé cómo calificar!, ¡Infeliz! cuánto debes sufrir! Y si tu madre lo supiera, no estaría más cerca de la muerte, tan aborrecida por los culpables, de lo que ahora estoy yo. iAy!,

¿Qué son pues el bien y el mal?

¿Son acaso una misma cosa con la que damos, rabiosamente testimonio de nuestra impotencia y de nuestra pasión por a1canzar el infinito, aun con los medios más insensatos?,

¿ O, son dos cosas distintas?

Si... mejor que sean una sola cosa... pues, de lo contrario, qué sería de mí el día del juicio?

Adolescente, perdóna­me; he sido el que está ante tu rostro, noble y sagrado, quien te ha quebrado los huesos, y desgarrado las carnes que penden en distintos lugares de tu cuerpo.

¿Es un de­lirio de mi razón enferma, es un instinto secreto que no depende de mí razonamiento, como el del águila que des­garra su presa, lo que me ha llevado a cometer tal cri­men?;

y, sin embargo, ¡ he sufrido tanto como mi victima !

Adolescente, perdóname. Una vez abandonada esta vida pasajera, deseo que permanezcamos abrazados por toda la eternidad; que formemos un solo ser, con mi boca pega­da a la tuya.

Y ni siquiera así mi castigo será completo. Me desgarrarás, entonces, sin detenerte nunca, con tus dien­tes y tus uñas a la vez.

Adornaré mi cuerpo con perfuma­das guirnaldas para este

holocausto expiatorio;

y ambos sufriremos, yo al ser desgarrado, tu por desgarrarme... con mi boca pegada a la tuya.

Oh adolescente de rubios cabellos, de tan dulces ojos, ¿harás ahora lo que te acon­sejo? Quiero que lo hagas y así complacerás mi conciencia.

Tras haber hablado así, habrás hecho daño a un ser humano y, al mismo tiempo, serás amado por él: y esa es la mayor felicidad que pueda concebirse.

Oh tú, cuyo nombre no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crimen,

¡ sé que tu perdón fue tan  inmen­so como el universo.!

 I Pero yo sigo existiendo, lleno de maquinaciones y remordimientos.!

 

 

 

 

CANTO SEGUNDO

 

-         Viento, luz de sol -

 

Vergoña literal

 

Y ¿ dónde  quedó aquel primer canto de Maldoror,

desde que su boca, llena de hojas de belladona,

lo dejó escapar a través de los reinos de la cólera, en un momento de reflexión?

¿Dónde quedó ese canto... ? No se sabe con certeza. Ni los árboles ni los vientos lo guardaron.

Y la moral, que pasaba por aquel lugar, sin advertir que tenía en aquellas páginas incandescentes un defensor enérgico,

lo vio dirigirse, con paso firme y seguro, hacia los oscuros recovecos y las fibras secretas de las conciencias.

La ciencia da por sentado, al menos, que desde entonces el hombre de rostro de sapo no se reconoce ya a sí mismo y cae, a menudo, en accesos de furor que le hacen parecer una bestia de los bosques.

No es suya la culpa.

Siempre había creído, con los párpados inclinados por el peso de la modestia, que él sólo estaba compuesto de bien, mucho bien y una mínima cantidad de mal.

Bruscamente le enseñé, descubriendo a plena luz, su corazón y sus tramas; que, por el contrario, él sólo está compuesto de mal, y una mínima cantidad de bien.

Querría, yo que nada nuevo le enseño,

que no sintiera una eterna vergüenza ante mis amargas verdades,

pero la realización de este deseo no sería conforme a las leyes de la naturaleza.

En efecto, arranco la máscara de su semblante traidor lleno de lodo y de odio, y las hago caer, una a una, como bolas de marfil en una jofaina de plata,

las sublimes mentiras con las que se engaña a sí mismo cada vez mostrándose como un hábil diletante, sofista consumado, semidiós enfangado. 

Es entonces, comprensible que no ordene a la tranquilidad, imponerle las manos en el rostro, mostrando inseguridad o temor.

No, ni siguiera cuando la razón dispersa las tinieblas del orgullo.

Por eso, el héroe que pongo en escena se ha ganado un odio irreconciliable atacando a la humanidad que se creía invulnerable, por la brecha de absurdos párrafos filantrópicos;

que se amontonan como granos de arena en sus libros.

Cuya comicidad ridícula, aunque aburrida, estoy, a veces, cuando la razón me abandona, a punto de apreciar.

 Lo había previsto. No basta con esculpir la estatua de la bondad en la cabecera de los pergaminos que contienen las bibliotecas.

¡Oh, ser humano!,

hete ahora aquí, desnudo como un gusano, ante mi tizona de diamante.

-estruendo-

Abandona pues tu método; no es hora ya de hacerse el orgulloso: lanzo hacia ti mi plegaria, en actitud de prosternación.

Soy alguien que observa los menores movimientos de tu culpable vida;

estás envuelto por los sutiles pliegues de su encarnizada perspicacia.

No te fíes de él cuando vuelve la espalda, pues te mira; no te fíes de él cuando cierra los ojos, pues sigue mirándote.

Es difícil suponer que, por lo que respecta a las artimañas y la maldad, tu temible resolución sea superar a Maldoror, el hijo de mi fantasía.

Sus menores golpes dan en el blanco.

Con algunas precauciones, es posible enseñar a quien cree ignorarlo, que los lobos y los bandoleros no se devoran entre sí; tal vez no sea su costumbre.

En consecuencia, pon sin miedo, entre sus manos, el cuidado de tu existencia y la conducirá como él solo sabe hacerlo.

No creas en su proclamada intención de corregirte, pues le interesas mediocremente, por no decir menos.

Pero le gusta hacerte daño, en el legítimo intento de que te vuelvas tan malvado como él y le acompañes al abierto abismo del infierno, cuando llegue la hora definitiva.

Ha soñado que su sitio final está señalado desde hace mucho tiempo, en el lugar donde se divisa una horca de hierro, de la que cuelgan cadenas y grilletes.

Cuando el destino le lleve hasta allí, el fúnebre embudo nunca habrá degustado tan sabrosa presa, ni él, contemplado morada más conveniente.

 

-estruendo de cadenas-

 

 

 

 

 

 

CANTO TERCERO

 

-fuego-

 

Dios cae

 

Si, al menos, hubiera  rodeado con su alma el inocente seno de una virgen. Ella habría sido digna de él y la degradación hubiera sido menor.

Besa, con sus labios, esa frente cubierta de barro que los hombres han pisoteado con su polvoriento talón ...

Aspira, con su desvergonzada nariz, las emanaciones de aquellas dos húmedas axilas... Vi la membrana de estas últimas contraerse de vergüenza, mientras, por su lado, la nariz se negaba a aquella aspiración infame.

Pero ni él ni ella prestaban atención alguna a las solemnes advertencias de las axilas, a la apagada y lívida repulsión de las fosas nasales. Ella levantaba más sus brazos y él, con más fuerte impulso, hundía el rostro en sus huecos. hurgando no se qué, como perro de caza.

Me veía obligado a ser cómplice de tal profanación. Me veía obligado a ser el espectador de tan inaudito desenfreno, a asistir a la forzada aleación de aquellos dos seres, cuyas distintas naturalezas estaban separadas por un abismo inconmensurable...»

¡Y me pregunté quién podía ser su dueño! ¡Y mis ojos se adherían a la reja con más energía!...

«Cuando se hubo saciado de respirar a aquella mujer, quiso arrancarle uno por uno los músculos, pero, como era mujer, la perdonó y prefirió hacer sufrir a un ser de su propio sexo.

Llamó, de la celda vecina, a un joven que había acudido a la casa para pasar unos instantes de solaz con una de aquellas mujeres y le conminó a colocarse a un paso de sus ojos.

Hacía tiempo ya que yo yacía en el suelo. Careciendo de fuerzas para erguirme sobre mi ardiente raíz, no pude ver lo que hicieron.

Sé, sin embargo, que apenas el joven estuvo al alcance de su mano, jirones de carne cayeron a los pies de la cama y se colocaron junto a mí.

Ellos me contaron, en voz baja, que las zarpas de mi dueño los habían arrancado de los hombros del adolescente.

Este, al cabo de unas horas, durante las que había luchado, estremecido, en el paroxismo del dolor, contra una fuerza mayor que la suya; se levantó de la cama y se retiró majestuosamente.

Se hallaba literalmente desollado de los pies a la cabeza; arrastraba, por las losas de la habitación, su piel arrancada.

Se decía que su carácter estaba lleno de bondad, que deseaba creer que sus semejantes eran también buenos, que por ello había accedido al deseo del distinguido extranjero que le había llamado a su lado, pero que jamás de los jamases esperó ser torturado por un verdugo. Por semejante verdugo.

Por fin, se dirigió hacia el postigo, que se hendió compasivamente hasta el nivel del suelo en presencia de aquel cuerpo desprovisto de epidermis.

Sin abandonar su piel, que podía servirle todavía, aunque fuera sólo de manto, intentó desaparecer de aquella emboscada; una vez que se hubo alejado de la habitación, no pude ver si había tenido fuerzas para llegar a la puerta de salida.

¡Oh!, ¡con qué respeto, pese a su hambre, se alejaban los gallos y gallinas de aquel largo rastro de sangre en la empapada tierra!»

¡Y me pregunté quién podía ser su dueño!

Y mis ojos se adherían a la reja con más energía!...

«Entonces, aquel que hubiera debido tener más en cuenta su dignidad y su justicia, como ser de naturaleza divinal, se incorporó, penosamente, sobre su fatigado codo.

Y solo, sombrío, asqueado y horrendo... Se vistió con lentitud.

 

-         Teas ardientes danzarinas, sombras de cruces y suena la sirena -

 

 

 

 

 

 

 

CANTO CUARTO

 

 

-         cantos gregorianos –

-          

Redemption in tenebris

 

Si el Todopoderoso había enviado a la tierra a uno de sus arcángeles para salvar al adolescente de una muerte cierta.

¡Creo que se verá obligado a bajar en persona!

Pero no hemos llegado todavía a esta parte de nuestro relato y me veo en la necesidad de cerrar mi boca, porque no puedo decirlo todo a la vez; cada truco efectista aparecerá a su hora, cuando la trama de esta ficción no encuentre ya inconveniente en ello.

El Arcángel le dijo: «No intentes luchar y ríndete. He sido enviado por alguien que es superior a ambos, para cargarte de cadenas y poner tus dos miembros, cómplices de tu pensamiento, en la imposibilidad de moverse.

Es preciso que, en adelante, te esté prohibido empuñar cuchillos y puñales, créeme, tanto por tu interés como por el de los demás. Muerto o vivo, te venceré; tengo orden de llevarte vivo.

No me pongas en la obligación de recurrir al poder que me ha sido prestado. Me portaré con delicadeza; no opongas, por tu parte, resistencia alguna. Así reconoceré, presuroso y alegre, que has realizado un primer paso hacia el arrepentimiento.»

Y él, ¡cuántos esfuerzos hizo para contener la hilaridad! ¡Cuántas veces apretó los labios, uno contra otro, para no tener aspecto de ofender a su escandalizado interlocutor!

 ¡Por desgracia, su carácter participaba de la naturaleza de la humanidad y reía como lo hacen las ovejas!

Por fin se detuvo. ¡Era ya tiempo! ¡Había estado al punto de ahogarse!

El viento llevó esta respuesta al arcángel del escollo: las ideas de reconciliación me parecen prematuras y apropiadas sólo para producir un quimérico resultado.

Estoy muy lejos de desconocer lo que de sensato hay en cada una de tus sílabas, discutiremos con mayor comodidad las condiciones de una rendición que, por legítima que sea, no deja de ser para mí, al fin y al cabo, una perspectiva desagradable.»

El Arcángel, que no esperaba esa buena voluntad,  repuso: «¡Oh!, Maldoror,  por fin ha llegado el día en que tus abominables instintos verán extinguirse la antorcha de tu injustificable orgullo, que te conduce a la condenación eterna. Seré, pues, el primero en contar tan loable cambio a las falanges de los querubines, que se pondrán felices de recuperar a uno de los suyos.

 

Demiurgo embozado, bien sabes tú mismo, y no lo has olvidado, que en una época ocupaste el primer lugar entre nosotros.

Tu nombre corría de boca en boca; y aún sigues siendo el tema de nuestras solitarias conversaciones.

 

Ven, pues...demiurgo extraviado, ven a concertar una paz duradera con tu Dios;

Él  te recibirá como a un hijo extraviado y no tendrá en cuenta, en absoluto, la enorme cantidad de culpabilidad que tienes, que es como una montaña de cuernos de alce levantada por los indios, amontonada en tu corazón

 

-         balido lastimero del Macho cabrío, como res estocada  -

 

 

 

 

 

 

CANTO  QUINTO

 

-          suela la monótona y festiva, la canción del carro de los helados -

 

Pederas

 

¡Oh!, pederastas incomprensibles, no seré yo quien lance injurias contra vuestra gran degradación; no seré yo quien venga a verter el desprecio en vuestro ano infundibuliforme.

Basta con que las enfermedades vergonzosas y casi incurables que os asedian lleven consigo su indefectible castigo.

Legisladores de estúpidas instituciones, inventores de una moral estrecha, alejaos de mí pues soy un alma imparcial.

Y vosotros, jóvenes adolescentes o, mejor, ustedes muchachas, explicadme cómo y por qué la venganza ha germinado en vuestros corazones hasta haber atado en el flanco de la humanidad semejante corona de heridas.

¿Es acaso vuestra naturaleza, más o menos terrestre, que la de vuestros semejantes?

¿Poseéis acaso un sexto sentido que nos falta? No mintáis y contad vuestros pensamientos.

No, no os estoy haciendo una pregunta, pues desde que frecuento como observador lo sublime de vuestras grandiosas inteligencias, sé a qué atenerme. Que mi mano izquierda os bendiga, que mi mano derecha os santifique, ángeles protegidos por mi amor universal.

Beso vuestro rostro, beso vuestro pecho, beso, con mis suaves labios, las distintas partes de vuestro cuerpo armonioso y perfumado.

 ¿Por qué no me dijisteis enseguida lo que erais, cristalizaciones de una belleza moral superior?

Me ha sido necesario adivinar por mí mismo los innumerables tesoros de ternura y castidad que ocultaban los latidos de vuestro corazón oprimido. Pecho ornado con guirnaldas de rosas y vetiver.

 

Me ha sido necesario entreabrir vuestras piernas para conoceros y que mi boca se suspendiera de las insignias de vuestro pudor.

Pero no olvidéis lavar cada día la piel de vuestras partes con agua caliente, pues, de lo contrario, chancros venéreos florecerían infaliblemente en las hendidas comisuras de mis insatisfechos labios.

¡Oh!, si en vez de ser un infierno el universo hubiera sido sólo un celestial ano inmenso, ved el gesto que realizo junto a mi bajo vientre: sí, habría hundido mi verga a través de su sangriento esfínter, destrozando, con mis impetuosos movimientos, las mismas paredes de su pelvis.

La desgracia no habría arropado, entonces, en mis cegados ojos dunas enteras de móvil arena; habría descubierto el lugar subterráneo donde yace la verdad dormida y los ríos de mi esperma viscoso habrían hallado, así, un océano donde precipitarse.

Pero, ¿por qué me sorprendo añorando un estado de cosas imaginario que nunca recibirá el sello de su ulterior realización?

No nos tomemos el trabajo de elaborar fugaces hipótesis.

Entre tanto, que quien se abrase en el ardor de compartir mi lecho, venga a mi encuentro, pero pongo a mi hospitalidad una condición rigurosa: no debe tener más de quince años.

Que, por su lado, no crea que yo tengo treinta; ¿qué importa eso? La edad no disminuye la intensidad de los sentimientos, ni mucho menos, y, aunque mis cabellos se hayan vuelto blancos como la nieve, no ha sido a causa de la vejez, sino, al contrario, por el motivo que ya sabéis.

¡No me gustan las mujeres! ¡Ni siquiera los hermafroditas!

Necesito seres que se me parezcan, en cuya frente la nobleza humana esté grabada en los caracteres más distintos e imborrables.

¿Estáis seguros de que las que lucen largos cabellos son de la misma naturaleza que yo?

 No lo creo y no abandonaré mi opinión.

 Una saliva salobre fluye de mi boca, no sé por qué. ¿Quién quiere chuparla para librarme de ella? Sube... sube sin cesar. Ya sé de qué se trata.

He observado que, cuando sorbo de la misma garganta la sangre de quienes se acuestan a mi lado, a la mañana siguiente devuelvo una parte por la boca: esa es la explicación de la infecta saliva.

¿Qué queréis que haga si los órganos, debilitados por el vicio, se niegan a llevar a cabo las funciones de la nutrición?

 Pero no  reveléis a nadie mis confidencias. No os lo digo por mí, lo digo por vosotros mismos y por los demás, para que el prestigio del secreto mantenga en los límites del deber y de la virtud a quienes, imantados por la electricidad de lo desconocido, se sientan tentados a imitarme.

¡Por qué no podré mirar, a través de estas páginas seráficas, el rostro del que me lee! Si no ha superado la pubertad, que se acerque.

Apriétame contra ti y no temas hacerme daño, estrechemos progresivamente los lazos de nuestros músculos.

Siempre he sentido una infame predilección por la pálida juventud de los colegios y por los niños demacrados y somnolientos  de las manufacturas.

Mis palabras no son las reminiscencias de un sueño y tendría que desenmarañar demasiados recuerdos si se me impusiera la obligación de hacer desfilar ante vuestros ojos los acontecimientos que podrían dar consistencia, con su testimonio, a la veracidad de mi dolorosa afirmación.

La justicia humana no me ha sorprendido todavía en flagrante delito, pese a la incontestable habilidad de sus agentes.

Incluso he asesinado a un pederasta que no se prestaba bastante a mi pasión; arrojé su cadáver a un pozo abandonado y lo mejor es que se carece de pruebas decisivas contra mí.

¿Por qué os estremecéis de miedo, adolescente .? ¿Creéis que quiero hacer otro tanto con vos? Os mostráis soberanamente injusto... Tenéis razón: desconfiad de mí, sobre todo, si sois bello.

Mis partes ofrecen sempiternamente el lúgubre espectáculo de la turgencia; nadie puede asegurar que las ha visto en estado de tranquilidad normal, ni siquiera aquel limpiabotas que me asestó en ellas una cuchillada en un instante de delirio. ¡Ingrato!.

 

-         llanto infantil -

 

 

 

 

 

 

 

CANTO SEXTO

 

 

-         piedras cayendo y chocando –

-          

Meas culpas

 

Que el lector no se enoje conmigo si mi prosa no tiene la fortuna de complacerle.

Afirmas que mis ideas son, por lo menos, singulares.

Eso que dices, hombre respetable, es verdad, pero una verdad a medias.

¡Y qué abundante manantial de errores y engaños es cualquier verdad a medias!

Y para muestra un botón :

Allí tenéis a la loca que pasa bailando, mientras rememora algo. Los niños la persiguen a pedradas como si fuera un mirlo. Enarbola un palo y hace ademán de correrlos, luego prosigue su camino. Ha perdido un zapato en el trayecto, pero no lo nota. Su rostro ha dejado de parecerse a un rostro humano y lanza carcajadas como la hiena, o hace ningún reproche, es demasiado altiva para quejarse, y morirá sin haber revelado el secreto de su extravío, a quienes se interesan por ella.

Mirad, se le acaba de caer del seno éste rollo de papeles , que dice: “Después de muchos años de esterilidad, la Providencia me envió una hija.

Durante tres días estuve arrodillada en las iglesias, y no cese de agradecer a Dios, que finalmente había atendido mis súplicas. Alimenté con mi propia leche a la que era más que mi vida, y que yo veía crecer rápidamente, dotada de todas las cualidades del alma y del cuerpo.

Cuando me hablaba corriendo entre las tumbas de cementerio, me decía que en ése ambiente se respiraban los perfumes de los cipreses y las siemprevivas, me cuidaba de contradecirla, pero le decía que ésa era la ciudad de los pájaros, que allí cantaban desde el alba hasta el crepúsculo vespertino, y que las tumbas eran sus nidos donde reposaban de noche. Ella corría con su redecilla atada al extremo de un junco, detrás de los colibríes y de las mariposas con su zigzag irritante. ¿Qué haces pequeña, mientras la sopa se enfría.?, y regresaba saltando a mi cuelo, exclamando que no se volvería a repetir. Y un instante después se escapaba de nuevo, entre las margaritas, los rayos del sol y el revoloteo de los insectos,

y conocía solo la prismática copa de la vida, todavía no la hiel,

feliz de ser más grande que el abejorro, se burlaba de la urraca que no canta tan bien como el ruiseñor, y le sacaba la lengua con disimulo al antipático cuervo, que la miraba paternalmente, era graciosa como un gatito.

Yo no habría de gozar mucho tiempo de su presencia, pues estaba cerca la hora, en que debía de despedirse de los encantos de la vida.

Yo no estuve presente en el acontecimiento que determino la muerte de mi hija. Si lo hubiera estado, habría defendido a aquél ángel a costa de mi sangre …, “Maldoror  pasaba con su bulldog y ve a la chiquilla que duerme a la sombra de un plátano y la confunde al principio con una rosa. No podría decirse qué fue lo primero que surgió en su espíritu, si la visión de aquella niña o la resolución que tomó al verla.

Se desnudó rápidamente como un hombre que sabe lo que quiere. Desnudo como una piedra, se arroja sobre el cuerpo de la niña y  le levanta el vestido para cometer un atentado al pudor ….

¡A la claridad del sol! Y no tendrá reparo alguno.

Con el espíritu disconforme se viste precipitadamente, y lanza una mirada cauta al camino polvoriento, por donde nadie transita,  ordena al bulldog que estrangule con la presión de sus quijadas a la niña, señalándole el sitio por donde respira y grita la víctima sangrante.”

 

“Sentí lástima porque es probable que hubiera perdido la razón, cuando manejó el puñal de cuatro hojas, removiendo de arriba a abajo las paredes de las vísceras. Sentí lástima, porque si no era un loco, su conducta vergonzosa, debía cobijar un odio inmenso contra sus semejantes, para ensañarse de ése modo con mi hija. Asistí al entierro, de ésos residuos  humanos con muda resignación, y todos los días tengo por hábito, ir a rezar unas plegarias junto a su tumba.

Desde entonces nunca descanso a la sombra de los plátanos, y los niños me persiguen como a un mirlo, arrojándome piedras.”

 

-lluvia de piedras -

 

 

 

 

 

 

 

CANTO SÉPTIMO

 

-         cascabel -

 

Asedio

 

El joven, tira de la figura de cobre y el portal de la moderna mansión gira sobre sus goznes. Recorre el patio, cubierto de fina arena, y sube los ocho peldaños de la escalinata. Las dos estatuas, colocadas a derecha e izquierda como guardianas de la aristocrática villa, no le cierran el paso.

Aquel que renegó de todo, padre, madre, Providencia, amor, ideal, para sólo pensar en sí mismo, se ha cuidado mucho de no seguir sus precedentes pasos. Le ha visto entrar en un espacioso salón de la planta baja, con revestimientos de cornalina.

El hijo de familia se desploma en un sofá y la emoción le impide hablar. Su madre, con un largo vestido cuya cola se arrastra, acude presta y le rodea con sus brazos. Sus hermanos, de menos edad, se agrupan alrededor del mueble que soporta una car-ga; no conocen la vida de modo suficiente como para hacerse una clara idea de la escena que se desarrolla. Por fin, el padre levanta su bastón y lanza sobre los asistentes una mirada llena de autoridad. Apoyándola mano en el brazo del sillón, se aleja de su habitual asiento y avanza, con inquietud, aunque debilitado por los años, hacia el cuerpo inmóvil de su primogénito. Habla en una lengua extranjera y todos le escuchan con respetuoso recogimiento: «¿Quién ha puesto al muchacho en ese estado? El brumoso Támesis acarreará, todavía, notable cantidad de limo antes de que mis fuerzas estén por completo agotadas. En este paraje inhóspito no parecen existir preservadoras leyes. El culpable sentiría el vigor de mi brazo si le conociera. Aunque me haya jubilado, en el alejamiento de los combates marítimos, mi espada de comodoro, colgada de la pared, todavía no se ha oxidado. Por otra parte, fácil es volver a afilarla.

Le dice a su hijo: Mervyn, tranquilízate, daré a mis criados órdenes para que encuentren el rastro de aquel a quien, de ahora en adelante, buscaré para hacerle perecer por mi propia mano. Mujer, sal de ahí y ve a acurrucarte en un rincón, tus ojos me enternecen y mejor harías si vas cerrando el conducto de tus glándulas lacrimales. Hijo, te lo suplico, despabila tus sentidos y reconoce a tu familia; es tu padre el que te habla...» La madre se mantiene apartada y, para obedecer las órdenes de su dueño, ha tomado un libro entre las manos y se esfuerza por permanecer tranquila, en presencia del peligro que corre aquel a quien dio a luz su matriz. «... Hijos, id a distraeros en el parque, y cuidad, al admirar el nado de los cisnes, de no caer en el estanque...» Los hermanos, con los brazos colgando, permanecen mudos. Todos, con el gorro coronado por una pluma arrancada de las alas del chotacabras de Carolina, con el pantalón de terciopelo deteniéndose en las rodillas y medias de seda roja, se toman de la mano y abandonan el salón, cuidando de pisar sólo de puntillas el entarimado de ébano. Estoy convencido de que no se divertirán y pasearán con gravedad por las avenidas de plátanos. Su inteligencia es precoz. Mejor para ellos. «...Inútiles cuidados, te acuno en mis brazos y permaneces insensible a mis súplicas. ¿Quieres levantar la cabeza? Me abrazaré, si es preciso, a tus rodillas. Pero no... Vuelve a caer inerte.» —«Mi dulce dueño, si me lo permites, voy a buscar a mi alcoba un frasco lleno de esencia de trementina, del que habitualmente me sirvo cuando la jaqueca invade mis sienes, al regreso del teatro, o cuando la lectura de una narración conmovedora, consignada en los anales británicos de la caballeresca historia de nuestros antepasados, lanza mi soñador pensamiento a las hornagueras del sopor.»—«Mujer, no te había concedido la palabra y no tenías derecho a tomarla. Desde nuestra legítima unión, ninguna nube se ha interpuesto entre nosotros. Estoy satisfecho de ti y nunca he tenido reproches que hacerte: y recíprocamente. Ve a buscar a tu alcoba un frasco lleno de esencia de trementina. Apresúrate a subir los peldaños de la escalera en espiral y vuelve a mi lado con rostro alegre. »

Pero la sensible londinense apenas ha llegado a los primeros peldaños  cuando una de sus señoritas de compañía baja ya del primer piso, con las mejillas arreboladas por el sudor y el frasco que, tal vez, contenga el licor de la vida entre sus paredes de cristal. El comodoro, con ademán altivo, pero benevolente, acepta el frasco de manos de su esposa. Un pañuelo de la India es humedecido y rodean la cabeza de Mervyn con los orbiculares meandros de la seda. Respira las sales, agita un brazo. La circulación se reanima y se oyen los alegres gritos de una cacatúa de las Filipinas, colocada en el alféizar de la ventana. «¿Quién es?... No me detengáis... ¿Dónde estoy? ¿Acaso una tumba soporta mis entorpecidos miembros? sus tablas me parecen suaves... ¿Llevo todavía al cuello el medallón con el retrato de mi madre?... Atrás, malhechor de despeinada cabeza. No ha podido alcanzarme y he dejado entre sus dedos un faldón de mi justillo. Soltad las cadenas de los perros pues esta noche un reconocible ladrón puede introducirse en nuestra casa, mientras estemos sumidos en el sueño. Padre y madre míos, os reconozco y os agradezco vuestros cuidados. Llamad a mis hermanos menores. Había comprado para ellos unos bombones y quiero besarles.» Tras estas palabras, cae en un profundo estado letárgico. El médico, a quien se ha llamado apresuradamente, se frota las manos y exclama: «La crisis ha pasado. Todo va bien. Mañana vuestro hijo despertará bien dispuesto. Id todos a vuestros respectivos lechos, lo ordeno para quedarme solo junto al enfermo hasta que aparezca la aurora y cante el ruiseñor.»

Maldoror, oculto detrás de la puerta, no ha perdido una sola palabra. Conoce ahora el carácter de los habitantes de la mansión y actuará en consecuencia. Sabe dónde mora Mervyn  y no desea saber más. Ha anotado en un cuadernillo el nombre de la calle y el número del edificio. Eso es lo principal. Está seguro de no olvidarlos. Avanza sin ser visto, como una hiena, y bordeando los márgenes del patio. Escala con agilidad la reja, enganchándose por un instante en las puntas de hierro; de un salto está en la calzada. Se aleja a la chita callando: «Me ha tomado por un malhechor, exclama; es un imbécil. Me gustaría encontrar un solo hombre exento de la acusación que el enfermo ha lanzado contra mí. No le he arrebatado un faldón de su justillo, como afirma. Simple alucinación hipnagógica producida por el espanto. Mi intención no era hoy apoderarme de él, pues tengo otros proyectos ulteriores para este tímido adolescente.»

 

-         cascabel persistente , palo de lluvia –

 

CANTO OCTAVO

 

Justificación de los motivos

 

El navío en peligro dispara cañonazos de alarma, pero se hunde con lentitud...con majestad. Ignoran que el bajel, al hundirse, provoca una poderosa circunvalación de las olas alrededor de sí mismas; que el cenagoso limo se ha mezclado con las turbias aguas y que una fuerza procedente de abajo, respuesta a la tempestad que ejerce arriba sus estragos, imprime al elemento entrecortados y nerviosos movimientos. Así, pese a la provisión de sangre fría que atesora, de antemano, el futuro ahogado, tras más amplia reflexión, debe sentirse satis-fecho si prolonga su vida, en los torbellinos del abismo, la mitad de una respiración ordinaria —seamos generosos. Les será, pues, imposible burlarse de la muerte, supremo deseo. El navío en peligro dispara cañonazos de alarma, pero se hunde con lentitud...con majestad.

Es un error. No dispara ya cañonazos, no se hunde ya. La cáscara de nuez ha desaparecido por completo. ¡Cielos!, ¡cómo se puede vivir todavía, tras haber gozado tantas voluptuosidades! Acababa de concedérseme ser testigo de las mortales agonías de varios de mis semejantes. Minuto a minuto seguí las peripecias de sus angustias. A veces, el bramido de una anciana enloquecida de espanto, primaba sobre todo lo demás. Otras, sólo el vagido de un niño de teta impedía escuchar las órdenes de maniobra. El bajel estaba demasiado lejos como para percibir con claridad los gemidos que el viento me traía; pero yo los aproximaba con mi voluntad y la ilusión óptica era completa. Cada cuarto de hora, cuando una ráfaga de viento, más fuerte que las demás, alzando sus acentos lúgubres a través del grito de los aterrorizados petreles, dislocaba el navío con un crujido longitudinal y aumentaba los lamentos de quienes iban a ser ofrecidos en holocausto a la muerte, yo me hundía en la mejilla una aguzada punta de hierro y pensaba para mí: «¡Más sufren ellos!» Así tenía, por lo menos, un término de comparación. Les apostrofaba desde la orilla, lanzándoles imprecaciones y amenazas.

¡Me parecía que debían de oírme! ¡Me parecía que mi odio y mis palabras, salvando la distancia, aniquilaban las leyes físicas del sonido y llegaban, claras, a sus oídos ensordecidos por los mugidos del furioso océano!

¡Me parecía que debían de pensar en mí y exhalar su venganza en impotente rabia! De vez en cuando, lanzaba una mirada hacia las ciudades dormidas en tierra firme, y, viendo que nadie sospechaba que un bajel iba a hundirse, a pocas millas de la orilla, con una corona de aves de rapiña y un pedestal de gigantes acuáticos de vacío vientre, recobraba el valor y recuperaba la esperanza; ¡su perdición era, pues, segura! ¡No podían escapar! Como precaución suplementaria, había ido a buscar mi fusil de dos cañones para que si algún náufrago sentía la tentación de llegar a nado hasta las rocas para escapar a la inminente muerte, una bala en el hombro le rompiera el brazo y le impidiera cumplir su designio. En el más furioso momento de la tempestad vi, nadando por sobre las aguas, con desesperados esfuerzos, una cabeza enérgica de erizados cabellos. Tragaba litros de agua y se hundía en el abismo, sacudido como un corcho. Pero pronto aparecería de nuevo, con los cabellos chorreantes y clavando la mirada en la orilla parecía desafiar a la muerte. Su sangre fría era admirable. Una amplia herida sangrante, provocada por la punta de algún escollo oculto, cruzaba su rostro intrépido y noble. No debía de tener más de dieciséis años, pues, a través de los relámpagos que iluminaban la noche, apenas se percibía sobre su labio la pelusa del melocotón. Y ahora estaba sólo a doscientos metros del acantilado, y yo podía verle sin dificultad. ¡Qué valor! ¡Qué espíritu indomable! ¡Cómo parecía burlarse del destino la firmeza de su testa, hendiendo con vigor las olas, cuyos surcos se abrían difícilmente ante él!... Yo lo había decidido de antemano. Y me debía a mí mismo el cumplimiento de mi promesa: la hora postrera había sonado para todos, nadie debía escapar. Esa era mi resolución; nadie la cambiaría...

Disparé, se escuchó un sonido seco y la cabeza se hundió enseguida para no reaparecer más. Ese crimen no me complació tanto como podría suponerse, y, precisamente porque estaba harto de matar, lo hacía ya por simple costumbre, de la que no se puede prescindir, pero que proporciona sólo un insignificante goce. Los sentidos están embotados, endurecidos. ¿Qué voluptuosidad experimentar ante la muerte de aquel ser humano cuando había más de un centenar que iban a ofrecérseme, como espectáculo, en su última lucha contra las olas, una vez se hubiera hundido el navío? Y en aquella muerte yo no tenía siquiera el acicate del peligro, pues la justicia humana, acunada el huracán de aquella noche horrenda, dormitaba en las casas, a pocos pasos de mí.

 

Hoy, cuando los años pesan sobre mi cuerpo, lo digo con sinceridad como una verdad suprema y solemne: yo no era tan cruel como, luego, se dijo entre los hombres, pero, a veces, su maldad producía perseverantes estragos durante años enteros. Entonces, no tenía límites para mi furor; sufría accesos de crueldad y me convertía en terrible para quien se acercara a mis huraños ojos, siempre que perteneciera a mi raza. Si era un caballo o un perro, lo dejaba pasar: ¿habéis oído lo que acabo de  decir?

Por desgracia, la noche de aquella tempestad me encontraba en uno de esos accesos, mi razón me había abandonado, y todo lo que aquella vez cayera entre mis manos, debía perecer; no pretendo excusarme por mis desmanes. No toda la culpa es de mis semejantes. Me limito a decir las cosas como son, a la espera del juicio final que me obliga a rascarme la nuca de antemano... ¡Qué me importa el juicio final! Mi razón no me abandona nunca, como os he dicho antes para engañarnos. Y, cuando cometo un crimen, sé lo que hago: ¡No quería hacer otra cosa!

 

Como los perros, siento necesidad de infinito... ¡Y no puedo, no puedo satisfacer esta necesidad! Soy hijo del hombre y de la mujer, según me han dicho. Me sorprende... ¡creía ser más! Por lo demás, ¿qué importa de dónde vengo? Si hubiera dependido de mi voluntad, habría preferido ser el hijo de la hembra del tiburón, cuyo apetito es amigo de las tempestades, y del tigre de reconocida crueldad: no seré tan malvado. Vosotros que me miráis, alejaos de mí, pues mi aliento exhala un aire envenenado.

Nadie ha visto todavía las verdes arrugas de mi frente, ni los salientes huesos de mi demacrado rostro, parecidos a las espinas de algún gran pez, o a las rocas que cubren la orilla del mar, o a las abruptas montañas alpinas que recorrí a menudo, cuando cubrían mi cabeza cabellos de otro color. Y cuando merodeo en torno a las habitaciones de los hombres, durante las noches tormentosas, con los ojos ardientes, flagelados los cabellos por el viento de las tempestades, aislado como una piedra en el camino, cubro mi ajado semblante con un pedazo de terciopelo negro como el hollín que llena el interior de las chimeneas: los ojos no deben ser testigos de la fealdad que el Ser supremo, con una sonrisa de poderoso odio puso en mí.

Cada mañana, cuando para los demás se levanta el sol, derramando el gozo y el calor salutarios sobre toda la naturaleza, mientras ninguno de mis rasgos se mueve, mirando fijamente el espacio lleno de tinieblas, acurrucado en el fondo de mi amada caverna, presa de una desesperación que me embriaga como el vino, lacero con poderosas manos mi pecho hecho jirones. ¡Y, sin embargo, siento que no tengo la rabia! ¡Y, sin embargo, siento que no soy el único que sufre! ¡Y, sin embargo, siento que respiro! Como un condenado que ejercita sus músculos, pensando en la suerte que les espera, y que pronto subirá al cadalso, de pie en mi lecho de paja, con los ojos cerrados, giro lentamente mi cuello de derecha a izquierda, de izquierda a derecha durante horas enteras; y no caigo muerto.

A veces, cuando mi cuello no puede seguir girando en el mismo sentido, cuando se detiene para comenzar a girar en sentido opuesto, miro súbitamente al horizonte a través de los escasos intersticios dejados por la espesa maleza que cubre la entrada: ¡y no veo nada! Nada... salvo las campiñas que danzan en torbellino con los árboles y las largas hileras de pájaros que cruzan los aires. Eso me turba sangre y cerebro...

¿Estaré por fin muerto?, ¿Quién es el que  me golpea  pues, con una barra de hierro en la cabeza, como un martillo que golpeara el yunque.?

 

 

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Sueño: Justicia contra el ladrón que huye a uña de caballo, tras haber cometido un crimen, manchando raudo los charcos de sombras;

las serpientes cascabel, agitando los brezales, en el estruendo del galope, le hacen temblar la piel y rechinar los dientes.)

 

 

 

 

CANTOS DEMONÍACOS DE MALDOROR O EL HEDÓNICO REINO DE LAUTRÉAMONT

 

Quizás, desde que aparecen Los cantos de Maldoror, del polémico y todavía poco estudiado Isidore Ducasse, conde de Lautréamont (1846-1870), las elucidadoras faenas de críticos, estudiosos y lectores de esta obra no hayan tenido mayor empeño que dibujar el rostro de Maldoror ungido en ese debatimiento por la sobrevida que impone el paso ante lo demoníaco, lo oscuro, en la búsqueda constante de las tierras del mal. Hasta allí han quedado, como puertas semiabiertas, las constantes búsquedas e interpretaciones de estos cantos que se nos ofrecen como episodios poéticos. Sin embargo, no se ha entendido la propuesta que nos hace Maldoror, en tanto fingimiento de sus actos y justificación de su mal, unido al empeño lamentable del escriba en no dejar memorias, ni apuntes colaterales a sus escritos, lo cual acrecienta notablemente las diferentes miradas del mundo (de su mundo). Esa actitud irreverente, pero cierta, era tal vez el sortilegio para entender su suicidio y la extraña vida de Ducasse.

 

Posiblemente, Los cantos... se adelantaron a una época, al aparecer en la segunda mitad del siglo XIX, y deslumbran por su fuerza cognoscitiva entre el bien y el mal, en la que se debate y reside la actitud de un personaje como Maldoror, ermitaño, en ocasiones; guerrero contra las tinieblas, en otra; o buscador de tierras lejanas, pero héroe pagano, enaltecido e incomprendido. Lo que extraña raramente es su mirada de contemplar los hechos y afianzarse a ellos. No hay en él otra cosa que no sea dualidad. Esa percepción de que está aquí y allá en vez de definirse en una atmósfera siempre dramática para su

6mundo, es el signo que late en todas las páginas y acciónes que se describen. Esa es la razón que hace que Maldoror, más que ofrecerse ante el mundo, exponga el mundo, lo prostituya o envenene, y después desaparezca. La simetría de ese mundo es lo que le conmina todo su destino, su duro bregar como castigo de Sísifo.

Ciertamente, Maldoror no pertenece a una época —aun admitiendo que esta época exista— ni a un país, sino que forma parte, fluye, se arremolina, se remansa y ruge con ese inmenso soplo de la humanidad que brota, desde la mítica oscuridad de los tiempos, de aquella cumbre del Cáucaso en la que —dicen— sigue gimiendo el Titán encadenado. Este análisis pudiera corroborar que, más que un personaje, estamos descubriendo un mundo cruel donde la justicia es imposible de hecho, pero, como afirma Serrat Crespo, esa percepción no tiene una arista temporal que nos provoque un afianzamiento a un momento determinado, es como una explosión de ese momento, una explosión que va en busca del hombre y de estereotipar sus ideas, y da un protagonismo en la búsqueda de la razón del que se siente vencido y se llena de rencores y dudas contra todos, incluso contra sí mismo. Ahora bien, ¿cómo surgiría esa persona como razón de ese mundo? Hay en el escriba un sentido de laceración que también está presente, pienso yo, en el personaje que nos identifica como cualquier tiempo, cualquier instante. Esa exploración a través de un hombre como Lautréamont nos pudiera salvar de ciertos naufragios por Los cantos..., donde el surrealismo es la verdadera identidad de las páginas, vistas como aullidos y contradicciones, o como tormentas y personajes draconianos que no tienen mayor justificación que el hecho de estar presentes y formar en ese tratado toda una gran polémica conceptual sobre lo malsano, lo deshonesto y lacerante. La búsqueda de la oscuridad es la pasión del finado conde, y es que ese ambiente de veneno y mal cubrió todo el libro que en 1869, cuando aparece su edición príncipe, fue desaparecido casi en su totalidad y solo algunos de ellos llegaron hasta el escritor. No puedo dudar de que estos cantos pudieron haber sido, incluso, modificados o tergiversados antes de esa primera entrega, pues el drama del hombre es mucho más agudo en las páginas iniciales y tal parece que se hace cíclica la visión de esa temporada que, como Rimbaud, se nos ofrece como un paso también por el infierno. Y es que hay en él todas las contradicciones de la historia de la filosofía hasta ese siglo XIX, y esas verdades de Perogrullo no hacen otra cosa que omitir la razón del hombre que vive su tiempo contra el mundo de la razón; como esa razón ilustrada que se impuso como Enciclopedismo. Al poeta maldito, esa invención de Verlaine, le sobra un adjetivo para evitar la redundancia, pues se supone que, ante la Ilustración, todo bardo está maldito y obligado, por tanto, a existir bajo ese puente que es la palabra. Aunque si pudiéramos continuar con la obra de Paul Verlaine, tendríamos que incluir a Lautréamont en ese espacio de lo maldito, de lo fantasmagórico que hace del hombre esas criaturas del poema donde la búsqueda ontológica es un posible indicio de existencia, un aullido, un aliento del bardo ante su enajenación, ante su autocrimen. Así, Isidore Ducasse nos invita a reconocerlo bajo ese silbido de la palabra, bucólico, pues se haya sollozando, irreverente frente a la penumbra (y dentro de la penumbra siempre) y caricaturesco por sus apetencias del trasmundo (en busca de lo cruel). Hay en él ese personaje que bien cuelga en cada página de los cantos, visto a contraluz, como si tuviera el lector una navaja en el cuello y le dicen: «Esa es la oscuridad, toma de ella un poco.» Pero es que en la vida del conde, esa inamovible oscuridad, de tinieblas, es parte de su existencia, del afianzamiento del canto bíblico: «más fácil invaden las tinieblas a la luz, que la luz a las tinieblas», del legado familiar, de su experiencia ante las decapitaciones y del fatal destino. En ese espacio, en el silencio de ese denominado espacio, se desarrolla la aguda visión del poeta, que en su infancia había regresado de Montevideo, Uruguay, donde supuestamente nació, y donde se contaba, en aquel entonces, con una colonia francesa. Aun-que todo esto pudiera resultar mera justificación en la búsqueda del verdadero Ducasse una vez que se aferraba él a no dejar ninguna memoria, este dato de su nacimiento nos ofrece una visión más pegada al destino del escriba que nos permita reconocerlo a su llegada a Francia. Ese es ya el bardo introvertido, emigrante, extraño, egoísta que se nos propone por las biografías del conde, quizás como pretexto para entender su depravado mundo, algunos dejando, incluso, algunas aristas de su relación homosexual con el amigo de la infancia George Dazet, y al que le atribuyen la inspiración del primer canto. Ese drama se renueva, posteriormente, en la polémica que suscitó la lucha de un águila y un dragón para retomar ciertos días en el Liceo Imperial, donde a un alumno le decían el dragón. Siendo esto uno de los hilos que como Ariadna servirían para arrojar leña al fuego del universo lautreamónico. Lo cierto es que el desconocimiento de la vida del conde provoca más que una incursión a sus posibles influencias, aunque siguen quedando hasta hoy como meras especulaciones. Ya Lefrère pone al desnudo la empatía que tenía con La Iliada, de Homero, al mostrar un ejemplar donde se consigna: «Propiedad del señor Idisore Ducasse nacido en Montevideo (Uruguay). Tengo también Arte de hablar del mismo autor. 14 de avril (sic) 1863.»Este hecho, unido a la aparición de un dibujo de Ducasse, hecho por Félix Vallotón, nos muestra las ambiciones que hoy siguen existiendo por reconocer el rostro del bardo.

Hasta el propio Salvador Dalí nos muestra en cuarenta y dos gráficos su relación personal con Los cantos..., genuina interpretación en la que se ofrece una serie de pasajes propios de la obra con una visión surrealista, para lo que cita textual-mente párrafos como motivos, los cuales fueron también aprovechados para trazar su biografía. Y es que en sentido general, fueron los propios surrealistas los que retomaron la obra con mayor fuerza y la sacaron de las constantes polémicas que sobre ella se desataban, en un tiempo en le cual la moral y la voluntad de un ser supremo eran inatacables. En ese ambiente de desobediencia se inicia la protesta de Maldoror, desde una irreverencia recurrente que con un gran humor negro logra agredir al lector, sugestionarlo y provocarle  ira. Creo que es su mayor logro, incluso, por la que fue negada por generaciones. No era posible asumir ese mundo de tiranías y desenfrenos ante los ojos de Dios.

Y es que el héroe de estas páginas convierte al mundo en un gran desierto del terror y de injusticia, y estereotipa, por tanto, esa esencia del hombre que busca constantemente luchar contra lo divino en los límites de lo divino.

Así, Maldoror nos provoca, en su condición de héroe negativo, su repugnancia por la condición humana, por la disciplina del hombre, y nos enaltece cuando comete las bestialidades más insospechadas.

Ya no afirmaba el conde que su poesía estaba en función de atacar al hombre para buscar en el hombre las soluciones y alternativas de ese tiempo. Ducasse, así, majestuosamente, nos resuelve un diálogo con la búsqueda del ser dentro del ser, en un tiempo tan remoto en el cual el ser era solo visto, y así permitido, a través de Dios, de su trinidad divina.

Los cantos... una vez concluidos fueron entregados a Lacroix, y así quedaron hasta hoy publicados, por vez primera, en 1868. Sin embargo, el primer canto, en el que la bella imagen de Dazart, el amigo tarbés, se nos ofrece, fue publicado como pórtico de esta obra años antes, y en esa edición, el autor, siempre irreverente, omite su nombre y coloca tres asteriscos.

Pero ¿cómo pudiéramos justificar la búsqueda del canto en estas páginas maldoronescas? Creo que, como proclama, era ya identificado por Ducasse como estilo literario, como episodio. En él hay una musicalidad que escapa, y se distorsiona el ritmo para impactar al receptor.

Era el canto la secuencia para su drama y para su encierro. Maldoror edifica allí un reino al que debían cantar para también honrar el héroe que canta de tiranía, de odio, de desamor. En esa búsqueda gnoseológica se debate quien dibuja la imagen más aberrante de su propio encierro. Quizás, en ese ir y venir de un continente a otro, el bardo va delineando un mundo tan absurdo como diabólico que lo empujaría a desentrañar al hombre, al irlo llevando por lugares tan fantasmagóricos; le pondría pruebas y lo atacaría siniestramente para que reconozca sus debilidades, su esencia humana.

Un estudio de Maurice Blanchot acierta que Los Cantos de Maldoror  no aceptan mediaciones externas, en sus páginas todo se juega entre el verbo y el lector «enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee». Por lo que se percibe una idea de lujo, una máxima que el lector podrá descubrir, y es la irreverencia del personaje principal, la falta de fe (de no domesticación de la fe ante la imagen de Cristo) y la identificación con el mal, el tormento como salvación, como fina ironía del mundo.

Estos elementos pudieran ofrecer una visión más cercana de Maldoror para adentrarnos a esas páginas donde el primer párrafo nos advierte del riesgo. Así queda hecha la propuesta en esta selección del texto que ofrecemos en la editorial Sed de Belleza, convencidos de que la visión del héroe no se limita con ello, pues transcurre y sobrepasa cualquier apretado espacio.

Difícil fue llevar al lector el drama que se detalla en estas páginas sin perder el hilo conceptual, recuperando los instantes más definitorios de los cantos. Quitando solo los arabescos, los hechos más insignificantes, en nuestra modesta opinión.

Deleitables han sido las constantes lecturas que asumí para este empeño, en el divertimento del acto. Afloran de ello estas anotaciones como propuesta estética para comprender el universo de Maldoror  y estereotipar el mundo del bardo.

El tiempo, ciertamente, ha marcado la renovación de esta obra, que es fuente de inspiración de las vanguardias literarias, en las que confluyen los lenguajes narrativo y lírico. Buscar aberraciones, tormentos, en el feroz infierno que  nos ofrece Lautréamont, sería como amontonar historias que no sobrepasan el drama de su personaje principal; refutar algún postulado sobre este poeta sería como asumir un descubrimiento en su lectura. Quizás, pudiera quedar la duda, como en mí, de que entre un canto y otro el bardo siempre estuvo inseguro, pensativo de continuar escribiendo la obra, ó de que incluso, pudiera tener una continuidad, pues el drama, más que dar solución, nos provoca nuevas interrogantes en las últimas páginas.

Déjense llevar por los cantos, en esta modesta selección, donde la esencia humana es lo que salva al mundo circundante, al hombre, y apresuremos el camino … para dar a Maldoror lo que es de Maldoror, aplicando la justicia a los grandes y pequeños abusadores de los pederastas, que marcaron nuestros siglos de infamias y saña indecibles, y a Dios lo que es de Dios.

 

Prólogo de : Luis Manuel Pérez-Boitel al texto de SED DE BELLEZA 2006 Cuba.

 

Ideas para un Panfleto:

 

Micromic Con Saña

This is the Nigth, supose that it be a tale, supose all the reasons, WHY?

 

Not, No supongueichons please, because alls about the true Story.

All the questions about not only Pizza Gate, thath you wish ask.

 

“Experimentó un vacío en llamas, una inerte y sombría plenitud que llenaba su miserable vida, plantada sobre la roca dura de su soberbia apóstata, que escupía con violencia, sin remordimiento, y desfachatez, pensamientos, razones, artificios y emociones de toda índole; que tenía como propósito, no el simple gozo del creador literario, dueño de un lenguaje, ritmo, musicalidad y cadencia, propios de un superdotado; pues la verdad, no es de quien la escupe, sino de quien la trabaja, adorna y sostiene. Y en literatura no hay, ni habrá nunca, derecho de réplica. De manera que aún desde nuestra disonancia argumentativa, todo está magistralmente planeado para hacer imposible, sorprender en falta a Maldoror, o mejor dicho a su Creador Isidore Ducasse.

Así que cualquier intento de condena, apostasía, pecado, locura, posesión, psicopatía, enfermedad, síndrome, disfuncionalidad cognitiva  ó  arte sofista, es maniatado por la moneda que el poseso ha introducido en nuestra mente y boca, en pago al mensajero de la muerte, que nos introduce a las tinieblas. Es pues una suerte no de un cristóforo, que carga en vilo nuestras almas, sino de un demiurgo temible, que ha atrapado nuestra ingenua conciencia, y lejos de reconfortarnos ó llenarnos de pedagogías morales como Dante, nos conduce sin remedio al corazón de los infiernos con festiva saña; pues todo tiene el sello de lo demoniaco, y su perorata sigue a pié juntillas lo que San Juan se adelantó a advertirnos en el Apocalipsis, pues antes que el demiurgo que Maldoror se cree, él es sólo un poseso, que se ceba en nuestra carne y alma, para saldar la deuda, y sentar a Dios mismo en el banquillo de los acusados, llenándolo de escarnios, desde hoy, y para siempre.

 

A la vez, en mi desazón, algo me hace contener mis descalificaciones y juicios sumarios, ya que Ducasse – Maldoror, dotado de una identidad sarcástica, que siempre se muestra desde una posición superiormente activa, nos hace caer en el vértigo que todo lo manipula en su beneficio, ¡y es que todos somos distintos carajo!.

 

Además que todo lo que su tratado expone es sólo un derroche sin parangón, de su febril y obtusa imaginación juvenil. Y es que aquí no encontrarás como en Sade, doncellas que son reiteradamente abusadas, sólo por estar en edad de merecer. No, acá la maldad se ceba en inocentes creaturas, que gimen, gritan, lloran a pulmón abierto, retorciéndose de dolor.

 

El autor de éstos y otros Cantos o cuentos cortos, tenía sólo 23 años cuando residía en París y se publicó su obra única y póstuma; y son inciertos los escasos los datos de su biografía, gustos e influencias.

 

Desarmadas quedan así todas las opiniones y condenas, pues antes que un psicópata o asesino serial, a sus 23 años nada hay que sostenga la teoría de que es un ser inmundo lleno de malicia o maldad, de Dios está juzgado, y que en su misericordia haya tenido piedad de su atormentada singularidad, pues nunca llegaremos a comprender los mundos y situaciones que una imaginación febril y desatada, puede crear.

 

Requiescat in Pacem.

 

Pero su texto, no podrá en forma alguna justificar los abusos y excesos de nuestras élites, que durante décadas y siglos han abusado de nuestros infantes; y sus textos seleccionados, son apenas un esbozo de las posibles *artes* de los “supuestos implicados”, que milagrosamente se libran de la justicia humana suicidándose, para encubrir a sus pares, y los gobiernos que los protegen. Todo acallado por los remordimientos, rubores, urgencias y deberes de las autoridades, que se empeñan en cooptar y cerrar los expedientes, desoyendo e clamor de justicia de las víctimas y sus familiares.

 

No es suficiente que Ghislaine Maxwell esté bajo custodia, tiene que declarar lo que sabe que hizo y hacían, con los recursos que aportaba el servicio secreto del Estado Terrorista autodenominado Israhell, que seguramente guarda evidencias de toda índole de los implicados, recibiendo favores sexuales y satisfaciendo sus aberraciones innombrables.

 

Es cuanto, con escasas novedades en el frente, mejor dicho en la punta del Iceberg, que por más que siguen apareciendo evidencias, Autoridades, Nobleza, Artistas, y gentes de toda ralea, siguen impunes a resguardo, mientras las pilas de cadáveres se acumulan.

 

#Suviving

 

León, Gto. Pandemic  Septiembre de 2020

 

Liga :

JEFREY EPSTEIN Pedo rings & Pizas Gate

Inquietantes declaraciones de lo que podía hacer en sus mansiones al principio

Inside the wicked saga of Jeffrey Epstein: the arrest of Ghislaine Maxwe... https://youtu.be/P-9hO4wF_xw via @YouTube

 

 

 

 

http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/index.html1

 

Maldoror: ¿Angel caído o método del absurdo?Los Cantos de Maldoror, de Isidore Ducasse (Conde de Lautréamont)

Daniel Boán danielboan@flashmail.com

 

“Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno... No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán...” Así, con esta advertencia, Isidore Duccase (Conde de Lautréamont, como prefirió darse a conocer), comienza la obra que se convertiría en una de las bases de la literatura moderna. Los Cantos de Maldoror, libro formado por estrofas que se agrupan en seis capítulos o cantos, despliega ante quien desafía la advertencia un universo fundamentado por la esencia del mal, en donde la crueldad, la lucha contra Dios, la aberración y lo denigrante transitan de la mano de una poesía de imágenes fuertes y recursos inagotables. Transgresora para la moral de su época, como es lógico, la obra de Duccase recibió el repudio de una generación que, además, cuestionó su cordura. Luego de la exaltación que han hecho de ella los surrealistas y pese a que hoy en día permanece vigente, tanto la obra como su autor siguen constituyendo un enigma, sin embargo no puede ponerse en tela de juicio ni la lucidez, ni el sentido humano con que fue escrita y, menos aún, si tenemos en cuenta que dicho texto tiene como fin desconcertar y transmitir un mensaje por antagonismo. Según el propio Duccase, cuando explica el propósito que lo llevó a escribirla:

 

“Mi poesía consistirá en atacar al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, ya que no hubiese debido engendrar esa carroña”,

 

de lo que se desprende su oposición a la barbarie y la clara conciencia que lo habilita para jugar con el mal, el bien y la relación que los unifica. Toda su obra responde a un análisis en donde se procura desentrañar la verdadera naturaleza del hombre, llevando en ocasiones al lector a un estado límite entre las sensaciones y los instintos más oscuros. Puede decirse que Los Cantos de Maldoror es básicamente una gran protesta contra la condición humana, un relato de lucha entre Maldoror y el ser supremo y una batalla entre el hombre y el medio que lo limita. Toda su poesía proclama la revuelta mediante un lenguaje plagado de signos, ritmos que se alternan, una musicalidad extraña basada en la cadencia de las frases y un humor negro en donde el horror y la crueldad alcanzan lo grotesco. Sin duda, la obra de Lautréamont está destinada a sacudir, a impactar al lector (por quien no deja de mostrar interés), a invocar lo maligno y dejar que se descalifique por sí solo en una especie de hipótesis absurda. Así, según Duccase:

“La risa, el mal, el orgullo, la locura, aparecerán por turno, entremezclados con la sensibilidad y el amor por la justicia, y servirán de ejemplo a la estupefacción humana.

 

Andrea Esparza Navarro: "La sede del mal o Del poeta y lo divino." Análisis de Los cantos de Maldoror "El poeta perturba el sueño de sus semejantes, errante, aborrecido por todos, afectado por una extraña locura y dotado de una “crueldad extrema e instintiva”.

 

http://eslocotidiano.com/articulo/tachas-007/sede-mal-poeta-divino-analisis-cantos-maldoror/20130720150014004349.html

 via @esloCotidiano

 

Esta delicia no procede del exterior; no se trata de una posesión demoníaca. La crueldad es constitutiva del hombre. Su pregunta es entonces si esta crueldad podría aliarse no con el bien, cosa imposible, sino con el genio. ¿Se trata de un canto a la crueldad o un canto de la crueldad?

Lautréamont insinúa que el mal no es precisamente la crueldad, sino la estupidez.

La estupidez pervierte; no así la crueldad.

Ante el triste espectáculo de una humanidad que ha preferido la estupidez a la crueldad, Lautréamont invoca la violencia de la naturaleza.

 

 

 

 

 

 

 

 Pero  ¿cómo  pudiéramos  j ustificar  la  búsqueda  del  canto  en  estas páginas maldoronescas? Creo que, como proclama, era ya identificado por Ducasse como estilo literario, como episodio. En él hay una  musicalidad  que escapa, y se distorsiona  el ritmo  para  impactar al  receptor.  Era  el  canto  la  secuencia  para  su  drama y para  su encierro. Maldoror  edifica  allí  un  reino  al que debían cantar para también honrar el héroe que canta de tiranía, de odio, de desamor. En esa búsqueda  gnoseológica  se  debate quien dibuja la imagen  más  aberrante de su propio encierro. Quizás, en ese ir y venir de un continente a otro, el bardo va delineando un mundo tan absurdo como diabólico que  lo  empujaría   a  desentrañar   al  hombre,  al  irlo  llevando  por lugares tan fantasmagóricos; le pondría pruebas y lo atacaría siniestramente  para   que reconozca   sus   debilidades,   su  esencia  humana. .

Un estudio de Maurice Blanchot acierta que

Los Cantosde Maldoror no aceptan mediaciones externas, en sus páginas todo se juega entre el verbo y el lector «enardecido y momentáneamente feroz como lo que lee». Por lo que se percibe una idea de lujo, una máxima que el lector podrá descubrir, y es la irreverencia del personaje principal, la falta de fe (de no domesticación de la fe ante la imagen de Cristo) y la identificación con el mal, el tormento como salvación, como fina ironía del mundo. Estos elementos pudieran ofrecer una visión más cercana de Maldoror para adentrarnos a esas páginas donde el primer párrafo nos advierte del riesgo. Así

 

“Queda hecha   la  propuesta  en  esta  selección  del  texto  que  ofrecemos en la editorial Sed de Belleza, convencidos de que la visión  del  héroe  no  se  limita  con  ello,  pues  transcurre   y sobre-pasa cualquier apretado espacio. Difícil fue llevar al lector el drama que se detalla en estas páginas sin perder el hilo conceptual,    recuperando    l os   i  nstant es    más  definitorios    de   los can-tos. Quitando  solo  los  arabescos,  los  hechos  más  insignificantes,   en  nuestra   modesta   opinión.  Deleitables han   sido   las   constantes   lecturas   que   a su mí   para  este empeño, en el divertimento  del  acto. Afloran  de ello estas anotaciones  como  propuesta  estética   para   comprender   el    unive rso              de         Maldoror       y    esteriotipar     el      mundo     del    bar   d o.    E   l    ti   empo,   ciertamente, ha marcado la renovación de esta obra, que es fuente de inspiración de las vanguardias literarias, en las que confluyen  los  lenguajes  narrativo  y  lírico. Buscar  aberraciones,   tormentos   , en    el feroz    infierno     que    nos      ofrece     Lautréamont,    sería    como    amontonar    historias    que   no   sobrepasan el   drama    de   su personaje   principal;   refutar   algún   postulado   sobre   este   poeta    sería como    asumir   un    descubrimiento    en    su    lectura.   Quizás,   pudiera quedar la duda, como a mí, de que entre un canto y otro el  bardo    s iempre estuvo    inseguro   , pensativo     de    continuar     escri-biendo la obra, que, incluso, pudiera tener una continuidad, pues el drama, más que dar solución, nos provoca nuevas  interrogantes   en las   últimas   páginas.  Deje llevarse por los cantos, en esta modesta selección, donde   la   esencia   h um ana   es   lo   que   salva   al mundo   circundan-te,   al   hombre,   y   apresure    el   camino    para   dar   a   Maldoror lo   que  es de Maldoror y a Dios lo que es de Dios.

 

Por: LUIS MANUEL PÉREZ-BOITEL

 

 

 

 

 

De Wiki:

 

Estructura de la obra

Los cantos de Maldoror obedecen a una estructura a la que el autor intenta ser fiel, a pesar de que su evolución testimonia lo contrario. La publicación de 1868 (sólo el primer canto) presentaba algunas partes dialogadas con indicaciones escénicas que fueron suprimidas en los siguientes. Llevan el sello de los textos en los que, al principio, Lautréamont se inspiró: el Manfred de Lord Byron, el Konrad de Adam Mickiewicz, el Fausto de Goethe. De estas figuras retendrá, sobre todo, la idea de un héroe negativo, satánico, en lucha abierta contra Dios, aunque el estilo elegido finalmente tiene las características de la literatura épica.

De hecho, cada uno de sus cantos está dividido en estrofas, con excepción del sexto y último, en donde se desarrolla una novela de una veintena de páginas que cambia el estilo hasta entonces adoptado.

Aspectos de la obra

Maldoror, ser sobrehumano, arcángel del mal, lucha bajo diferentes formas contra el Creador, a menudo ridiculizado como Dios en el burdel. Comete asesinatos en los que evidencia su sadismo y perversión. En la versión de 1868, una de las primeras escenas refiere un diálogo con Dazet (un amigo del colegio, de Tarbes, cuyo nombre será suprimido en las siguientes ediciones), que nos deja ver, claramente que, por debajo de la ficción, subyace un sustrato biográfico.

Expresando el mundo épico en el que se desarrollan estos actos extremos, los objetos y animales hablan, las metamorfosis se multiplican, está permitido el énfasis y el gigantismo de los personajes. Pero una ironía constante avisa al lector, le obliga a tomar distancia, en el cara a cara con la narración y a juzgar el fenómeno literario que tiene ante sus ojos. Cada vez más esta voz crítica se mezcla con el texto. Estamos invitados al espectáculo de hacer y deshacer la obra.

A partir del cuarto canto ya no es posible obviar esta contradicción, sus vampíricas frases dominan la sustancia del poema. La novela final utiliza el estilo rocambolesco y, más concretamente, el folletín que abundaba por entonces en los periódicos de grandes tiradas. Esta última ficción desarrolla una intriga esbozada en las páginas precedentes.

El adolescente Mervyn, seducido por Maldoror, será inútilmente protegido por Dios y sus emisarios animales. Una última escena grandiosa lo ve proyectado tras la columna  Vendôme hasta la cúpula del Panteón, y se puede adivinar en este incongruente acto una forma de desembarazarse de todas las novelas del mundo, pero también de las angustias sentimentales que las inspiran.

Si Ducasse encuentra un extremo placer en fomentar escenas de rara violencia, en las que la desdicha y la mala intención tienen un punto sublime, no es menos visible que así ajusta el tono, combinando la amplitud del ritmo y el superior desengaño, una suerte de ineludible y poderoso principio de antigravedad.

La actividad pasa también por el plagio, apropiándose de diferentes fragmentos de textos, entre ellos el Apocalipsis, para integrarlos al suyo. Diferentes tesis en los últimos años apuntan también a señalar al propio Ducasse como padre del surrealismo. El uruguayo Fernando Butazzoni ha indicado que la obra plástica de Salvador Dalí es en esencia un "plagio" de las imágenes literarias escritas por Ducasse en su libro.

Origen de los nombres

Más de un exégeta se ha preguntado por el nombre de «Maldoror». Sólo sabemos que en la expresión pueden encontrarse las palabras «mal», y «aurora» u «horror», las dos últimas homófonas en francés (respectivamente aurore y horreur).

En cuanto al pseudónimo elegido por Ducasse, recuerda al Latreaumont (distinta grafía) de Eugène Sue. Quizá Ducasse no lo eligió por sí mismo: oyó los consejos de Lacroix, editor de Sue, y le añadió un título de nobleza comparable a los ilustres conde de Vigny y vizconde de Chateaubriand. [cita requerida]

Otra teoría sostiene que, siendo una época en la que estaba de moda El conde de Montecristo, eligió hacerse llamar Conde de Lautréamont (l'autre mont, en español 'el otro monte') para mostrar su oposición a Cristo y por consiguiente a Dios. [cita requerida]

Una tercera teoría alude al origen de Ducasse. Isidore era uruguayo, más específicamente, montevideano (es decir «de monte video», según la etimología del nombre), pero también vivió en el barrio Montmartre (en el Mont Martre es decir el 'Monte Martre') de París, que correspondería al «otro monte» de su pseudónimo. [cita

 

 

 

Lautreamont -



"De el incendio, y el ritmo vertiginoso que atraviesa las páginas de «Los Cantos de Maldoror»  resurge la naturaleza abismada, transmutada y la poesía puesta al límite."

 

Maldoror, el héroe de la obra encarna la rebelión frente a un Creador que da la espalda a los humanos, indiferente o incluso, predispuesto a fomentar la miseria y el dolor. El problema de la malignidad de Dios, que surgió en las tesis de algunos filósofos sobrevuela el libro.

 

Frente a eso, Maldoror, se propone ser incluso más despiadado y salvaje. Hay en Lautreamont el anuncio de un momento bisagra para el concepto de Humanidad.

Como si anunciara un más allá hiperbólico donde hasta la naturaleza puede ser manipulada sobre los despojos del Dios vencido.”



https://lamatriznoticias.com.ar/lautreamont/

 

Liga al libro completo “Los Cantos de Maldoror” de Isidore Ducasse, compartida por Academia Edu.:



https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=&cad=rja&uact=8&ved=2ahUKEwjrsbyvloXsAhVNd6wKHRNPDFUQFjAAegQIAhAB&url=https%3A%2F%2Fwww.academia.edu%2F6241329%2FLos_cantos_de_Maldoror&usg=AOvVaw2zOmnuWayW6J3vNzzTHlhj


Liga al video de los Implicados en la red de Epstein – Grishane

 

 

JEFREY EPSTEIN Pedo rings & Pizas Gate

Inquietantes declaraciones de lo que podía hacer en sus mansiones al principio

Inside the wicked saga of Jeffrey Epstein: the arrest of Ghislaine Maxwe... https://youtu.be/P-9hO4wF_xw via @YouTube



 

Para el Panfleto de su Estreno, bien cabría éste ensayo de:

 

/ posted by David Aguilar en su Blog “La Sonrisa en el Patíbulo” @ 12:24 p. m.

miércoles, febrero 04, 2004

MALDEAURORA 

“Nadie ha escrito, pintado, esculpido, modelado
construido o inventado, sin la intención literal de salirse
del infierno”-Antonin Artaud-


¿Isidoro Ducasse, Conde de Lautrèmont,?¿o Maldoror? , lo cierto es que este muchacho de apenas 21 años nacido en Uruguay, se encendía con las lecturas de Baudelaire de manera infatigable, y apagaba con el pie derecho el tabaco amargo traído de la vieja Holanda. ¿Un ángel muere en el altillo?, no, un ángel se inmola en su bohardilla. Rodeado de veladoras este muchacho de bigotito ralo y tez morena, cumplía su sino oscuro como los poemas que sangraba. Hambriento de abismo y con una rara sed de belleza se consumía en la 15 rue vivienne; salía solo de noche, inauguraba la neblina que envolvía la ciudad de Paris y dejaba huellas en las nalgas de las putitas que fustigaba. Una levita astrosa y unas ojeras como hondas de charco lo acompañaban; como el ángel de lo extravagante que sacude a los espíritus ahítos de un mundo que no fue construido para ellos. Llegado a Paris para concluir sus estudios de derecho, este estudiante brillante, pero alcanzado por el licántropo de la poesía, sometía a las putitas que le brindaba la madame de tocado fibroso y cara hosca .Regresaba al hostal ebrio de tanto vértigo para continuar esa carrera trepidante hacia lo oscuro. Sacerdote del mal, soñaba con un mundo poblado y destruido por ángeles, mientras él, hacia repicar las campanas de la iglesia de Notre Dame ¿fuiste tu el que rescato al niño- niña Marcel mientras lo apaleaban los niños de san Geirmain? ¿Eras tú, el extraño de figura espigada y ojos penetrantes el que después de tus correrías por las calles y por los puteros de Paris regresaba acompañado por una nube como neuma?. Bueno ya sabemos que si fue él, algo lo sometía y lo hacia colocar dinamita y pólvora debajo de las butacas de los impasibles, de los que nunca han sentido como un fragmento de polvo empieza el canto del fin del mundo, de la carrera hacia nuestros corazones.
Los corazones en marcha no dejan de estar con fiebre. Los hombres iluminadamente locos, esperan el desfile de los serafines con túnicas tejidas por el espanto. Hay un sonido de dados en el centro de este corazón. La suerte esta echada y ha sido condenado por la presencia invisible de los hombres; el principio fue el verbo , y el tuyo fue amargo como la primera noche de los tiempos , cuando Dios dijo” hágase la luz” , tú , ya estabas debajo de la cama buscando un terrón de oscuridad .
Hijo de un cónsul francés en Uruguay, sabias que tu destino era otro, no el de las plumas radiantes, sino el de la tinta sangre y constelada de semen- la de los tiburones-. Caminabas en pigalle con la cabeza erguida y tu frente como un pabellón, donde a veces se posan los albatros ( los de Rimbaud) . Mirabas a las putas con la mirada fiera y te enamoraste de aquella hermosa muchacha de tetas aéreas como un obús,; aquella noche transitada por los demonios, le dijiste llorando en su vientre… ¡que te querías morir! …y ella condescendiente como una madre, solo te acaricio el pelo y te dijo que te esperaba un futuro mejor. Miríadas de locos incendiarios poblaban las calle de Paris , (¡y tu, no tenias ni un amigo, pero tu batalla era un duelo contra Dios , y a favor de Dios!)Rimbaud sin una pierna andaba hacia Abisinia , Gauguin crispado por los nervios se marchaba a Tahití , Vicent Van Gogh prescindía de su oreja , y la enviaba envuelta en lienzos a una puta calida como las sabanas de los hoteles de dos francos.
Debajo de ese cielo hostil preferías la tranquilidad de tu guarida, las arcadas por el sopor y el dulce olor del opio embarraban las dolientes bardas de San Germain ; de una basca flamboyant..(Como diría Valèry De Larbaud ).
¿Quien te miró con atención cuando caminabas por esas calles?.¡ No sabían que soñabas y que convulso te revolvías en una pesadilla de navajas y hachas como flores!.Ícaro precipitado se lanza hacia el sol, y atónito descubre que ha llegado al infierno .¡que amargos son los rostros!¡cuanto infierno en la punta de un cerillo! …”Demasiado talento, hasta un grado pavoroso” , (escribiría Cansinos-Assens)el làudano , el opio y el vino, mancharían tus entrañas en ese festín de sombras . Los climas azufrosos serán tu morada, allí ahogaras tus pasos. ¿Príncipe venéreo o ángel canceroso? las ojeras escandalosas y tu cuerpo flaquísimo , hacían sospechar a tu casero , ¿ enfermedad venérea o exceso de drogas?... 24 de noviembre de 1874, un preparado de opio en dosis altísimas , frió Paris , una llovizna tenue,( ¡que cruel lugar común de los poetas!) la melancolía ha bajado los brazos , el viento se revuelve como un perro …”señor , yo solo sé que andaba con mujeres de mala vida , las cuales nunca volvían , a veces eran mujeres , otras eran hombres , nunca supe si consumía drogas , solo sé decir que era un tipo extraño”…-diría su casero-.

// posted by david aguilar @ 2:06 p. m.